La versión de su navegador no está debidamente actualizada. Le recomendamos actualizarla a la versión más reciente.

Comparte

Otros enlaces...

Labores del campo

 

 

LABORES TRADICIONALES

 

    En los años 50 y hasta mediados de los 60 en casi toda España y también en Aldea, como la tracción era animal, a base de mulas (machos) y humana, las explotaciones agrícolas familiares eran de pequeño tamaño; además se dejaba una parte de la superficie de barbecho, no solo para dejar que la tierra se recuperase del cultivo anterior, pues el uso de abonos químicos era muy escaso sino que  además había un acuerdo tácito entre los vecinos para dejar tierras libres de cultivo con objeto de que las ovejas pudiesen pastar y moverse con menos restricciones.  

    

    

    Fue a partir de mediados de los 60 cuando empezaron a aparecer los primeros tractores y el campo se fue mecanizando poco a poco hasta lo que conocemos ahora.

 

 

    Los principales cultivos de esta zona eran los cereales, patatas, remolacha, alfalfa, viñas frutales y cultivos de huerta para consumo.

 

 

PRINCIPALES CULTIVOS EN ALDEA DURANTE LOS AÑOS 50-60 Y 70

 

 LOS CEREALES

 

    Los cereales que se sembraban eran trigo, cebada, avena, centeno, principalmente y algo de maíz, pero muy poco.

Para todos los cereales se hacían unas labores comunes de preparación del terreno para la siembra, consistentes en labrar para enterrar los restos del cultivo anterior;  en secano se sembraba después de un año de barbecho, esta labor se hacía con vertedera, después se pasaba una rastra para deshacer los terrones y dejar el terreno preparado para la siembra.

Antes de la siembra, si se usaba semilla propia, de la cosecha anterior, se seleccionaba y se desinfectaba a base de sulfato de cobre para prevenir el carbón y el tizón; cuan se compraba semilla certificada, ésta ya venía seleccionada y tratada contra enfermedades.

            La época de siembra solía ser en el caso del trigo, avena y centeno, en otoño, en cebada, había dos épocas de siembra: en otoño para la cebada de 6 carreras o caballar y en febrero para la cebada de dos carreras o cervecera.

    La cantidad de semilla que se utilizaba oscilaba entre 120 y 200 kilos, dependiendo de la calidad del terreno.

    La forma de siembra era a mano,  “a voleo”; para ello, el agricultor se colgaba del hombro un saquete con semilla y la iba esparciendo por toda la tierra, después se pasaba una rastra para enterrar.  Posteriormente aparecieron unas sembradoras, formadas por una tolva para el grano,  y, por lo general, con 11 tubos flexibles, por los que bajaba el grano desde la tolva y terminados en una reja que lo dejaba enterrado en el suelo, estas sembradoras tenían una rueda motriz que transmitía el movimiento a un eje situado en el interior de la tolva y que hacía que el grano saliese por los tubos; también disponían de una palanca que desacoplaba la rueda motriz del eje y el grano no salía;  estas sembradoras eran tiradas, en principio,  por caballerías.

    No era corriente emplear abonos de fondo. De vez en cuando se echaba estiércol y con el barbecho era suficiente, además, el pastoreo aportaba una cierta cantidad de materia orgánica. Otro tipo de abono usado en primavera era el denominado “nitrato de Chile”, que procedía de los desiertos de la costa chilena, donde las aves marinas habían depositado sus deyecciones, ricas en nitrógeno, durante miles de años.

    Antes de segar, se hacía una labor de escarda para quitar los cardos, los cuales, además de robar nutrientes a las plantas resultaban molestos para los segadores.

 

    La siega se hacía a mano, con hoces, la mano izquierda (para los diestros) iba protegida por una especie de guante de madera con un agujero para el dedo corazón, llamada zoqueta, que se ataba a la muñeca, algunos, también, llevaban un dedal de lona para proteger el dedo índice. Para segar se agarraba un puñado de mies y con la hoz en la  mano derecha se cortaba y se depositaba en el suelo, la mies segada se amontonaba en gavillas que se ataban con ataderos de paja de centeno (vencejos), para formar un haz y estos se amontonaban en grupos de diferentes número llamados escales. Los vencejos se hacían la noche anterior, sentados a la puerta de casa.

 

    El acarreo consistía en llevar la mies desde el campo a la era, en nuestro pueblo se hacía con los carros a los que se les ponía en las cuatro esquinas “los palones” (cuatro palos largos terminados en punta) , para formar un paquete alto que se ataba con sogas; también solían quitar las tablas de la base del carro  y colgar por debajo, con unas cadenas un tablero con lo que se podían poner dos o tres filas de haces más, además se bajaba el centro de gravedad y se evitaban vuelcos, cosa bastante frecuente;  en algunos pueblos, los que no disponían de carro, lo cargaban directamente sobre los mulos cargas de 8 o 10 haces.

 

    En la era, se procedía al trillado, se empezaba ya entrada la mañana, extendiendo los haces, se desataban y se extendían con una horca hasta formar un circulo, de hasta un metro de espesor llamado parva, y se empezaba a trillar; primero con una trilladora de discos que cortaba la paja y la dejaba bastante molida, se remataba con trillos de pedernal que dejaban la paja en el tamaño apropiado para el consumo de los animales, mulos y ovejas.      Detrás de los trillos se colocaban unos ganchos curvos cuya misión era remover la parva y levantar del suelo la mies que no estaba trillada, esta operación también se hacía con horcas.

    Todas las tardes, después de trillar, se amontonaba la parva con la rastra que era un tablón acoplado a un timón donde se enganchaban las caballerías; encima de la rastra se colocaban dos o tres personas (a los críos nos encantaba) para hacer peso y que esta se pegase más al suelo, luego se pingaba la parva con horcas, se barría con escobones y se formaba un gran montón de forma cónica.

   Para separar la paja del grano, lo normal en nuestro entorno era hacerlo con abeldadoras. Estas tenían
 una tolva donde se echaba paja y grano que caía sobre las cribas donde un chorro de aire proporcionado por el movimiento de unas aspas movidas a mano separaba ambos, la paja salía por la parte trasera de la abeldadora y el grano  por la parte delantera. Algunos agricultores habían acoplado a su abeldadora un motor de gasolina (“campeón”)  que movía las aspas del ventilador y el resto de elemento de la maquina, tolva, cribas, etc.;   esto evitaba el duro trabajo de moverlo a mano.

 

     Cuando ya estaban los cereales limpios, se ensacaban, para ello se  utilizaba una medida llamada “media” que medía volúmenes y que equivalían a un peso determinado para cada cereal. Después se llevaban los sacos a casa y se subían a la cámara en las costillas de los hombres.

 

TIPO DE CEREAL

FANEGA

MEDIA FANEGA

Trigo

45-47 Kg.

22,5-23,5 Kg

Cebada

32-33 Kg.

16-16,5 Kg.

Avena

28-30 Kg.

14-15 Kg.

Centeno

42 Kg.

21 Kg.

 

    Después de abeldar, si el trigo no había salido suficientemente limpio para la venta, se volvía a acribar y el resultado era un trigo apto para llevar y ser admitido por el “silo”; lugar de almacenamiento  dependiente de Servicio Nacional del Trigo, llamado posteriormente Servicio Nacional de Productos Agrarios (SENPA) del Ministerio de agricultura.

El destino de los cereales era el siguiente:

  • El trigo se llevaba al silo de San Esteban (era obligatorio).
  • La cebada se empleaba para alimentación de los animales de la casa y además se vendía; bien para pienso o para la fabricación de cerveza.
  • La avena solía emplearse para el consumo de los mulos, pues además de ser un producto bastante energético, contiene un alcaloide que es estimulante para el ganado caballar y de trabajo.
  • El centeno tenía un doble aprovechamiento, por un lado se sacaba el grano para siembra y consumo de gallinas, y por otro, al tener la caña tan alta, ésta se desgranaba golpeando las espigas sobre un banco de madera para separar el grano de la caña entera que después de eliminar las mas cortas  se formaban manojos de “balago” que luego se juntaban para formar grupos mayores llamados “moragas”; éstas se guardaban en casa y se utilizaban en la siguiente temporada para hacer ataderos, llamados vencejos, que se usaban  para atar los haces  de mies y alfalfa. Los vencejos se hacían la noche anterior de la siega, para ello se mojaban las moragas en el río para hacer flexible la paja y después se cogían dos manojillos y entre ellos se hacía un nudo por detrás de la espiga desgranada.

 

    Las variedades de trigo más utilizadas en nuestra zona eran: Aragón 03,  Pané 247,  Cabezorro o Chamorro (que era un trigo mocho, sin barbas)

En cebada las variedades más utilizadas eran: Beka, Rika y Pallas, de dos carreras,  para la fabricación de cerveza; y,  la Ager, Berta y Almunia, de seis carreras, utilizadas para alimentación del ganado y fabricación de piensos.

 

    La mecanización comenzó a finales de los 50 y principios de los 60 con la llegada al pueblo de la agavilladoras o engavilladoras, máquinas tiradas por semovientes que segaban, depositaban la mies en una plataforma y de cuando en cuando unas aspas con forma de rastrillo empujaban la mies hasta el suelo  dejando pequeñas gavillas, luego había que juntar varias y atarlas.

Al poco tiempo, aparecieron las engavilladoras- atadoras semejantes a las anteriores pero que llevaban un ovillo de cuerda de sisal y disponían de un mecanismo que ataba las gavillas; posteriormente estas máquinas se acoplaron a tractores. El acarreo se hacía igual, después con tractores y remolques, se llevaban a la era y se formaban grandes montones de forma paralelepípeda llamadas “cinas”.

 

 

Posteriormente aparecieron también las trilladoras, movidas por un tractor que llevaba acoplada una polea que movía una cinta que a su vez movía otra polea situada en la trilladora. Ésta tenía una cinta transportadora en la que un par de personas iban echando la mies, la trillaba separaba la paja del grano y dos personas iban ensacando.

 

 

 

 

 

 

 

 

LA PATATA

 

    La patata ocupó un lugar importante en la economía de este pueblo. Se sembraba fundamentalmente en El Prado por ser este un terreno con humedad abundante y regular. El exceso de agua se eliminaba mediante arroyos que se remondaban y limpiaban cada año.

En este paraje no era necesario regar y se obtenían unos rendimientos aceptables.

    El cultivo de patatas en El Prado fue posible hasta principios de los 60 ya que posteriormente, debido a filtraciones del canal y por falta de mano de obra para limpiar los arroyos, este paraje se convirtió en una charca.

    Las variedades de patata más utilizadas eran: la Red Pontiac, Desirée, Álava y Kennebec, esta última era muy apreciada por la empresa Matutano, que se llevaba camiones enormes de dicho tubérculo.

    El cultivo de la patata se iniciaba con la preparación del terreno, con labores muy cuidadas y con aporte de estiércol.

    Normalmente  la patata de siembra se compraba como simiente Certificada por el Instituto Nacional de Semillas y Plantas; era patata procedente de zonas de elevada altitud, donde no hay pulgones que transmiten virus que hacen que las patatas sean  más pequeñas y en menor cantidad, con el consiguiente bajo  rendimiento. La semilla Certificada era cara y a veces se utilizaba la propia patata para la siembra del año siguiente, pero se veía que no compensaba. La patata de siembra, si era grande, se partía en trozos de forma que cada uno tuviera varios ojos, luego se echaba en el terreno, separada unos 40 cm y se pisaba con el pie para enterrarla un poco, luego se pasaba un arado para taparlas. Cuando las patatas habían nacido se aporcaban con una labor de arado y se quitaban las malas hierbas que hubieran aparecido. A lo largo del verano se hacían labores de escarda.

Cuando las matas empiezan a secarse es cuando las patatas han alcanzado su madurez y es el momento de la recolección que en esta zona solía hacerse entre los meses de octubre y noviembre; se arrancaban con arado, se recogían a mano, se ensacaban y en los carros se llevaban a las bodegas para su almacenamiento; las bodegas eran lugares ideales por tener una temperatura constante y ser frescas.

            Su plaga fundamental, y, prácticamente única era el escarabajo de la patata; se eliminaba con tratamientos de arseniato de cal;  cuando este producto fue prohibido, se utilizaban otros a base de carbaril (Sevin) o lindano.

            La patata era un cultivo de mucha importancia económica, no solo por los ingresos que proporcionaba su venta, sino también por su aprovechamiento  para el consumo familiar y el de los cerdos que se criaban en cada casa a los que se les echaban las patatas más pequeñas cocidas en calderos en la lumbre.

La mecanización de la patata comenzó cuando perdió  importancia su cultivo

 

 

 

 

 

 

 

LA ALFALFA

 

            

    La alfalfa fue un cultivo importante en este pueblo, no solo servía para alimentar a los animales domésticos como mulos, ovejas y cerdos sino que además se vendía a ganaderos de la sierra de Madrid que venían a comprarla para alimentar sus vacas durante el invierno; incluso se llegó a vender en verde a una empresa ubicada en El Burgo de Osma que la desecaba y la transformaba en gránulos para la alimentación animal.

    La alfalfa se cultivaba fundamentalmente en regadío, aunque también había parcelas en secano que no daban tanta producción pero duraba más en el terreno.

    La semilla de alfalfa es muy pequeña por lo que requiere que la preparación del terreno, en su parte superior sea muy fina y esmerada para favorecer la germinación y las primeras fases de su desarrollo. La siembra se hacía en primavera, a mano, y en algunos casos se mezclaba con arena para poder dispersarla mejor.

    Durante el primer verano la producción era escasa y además con muchos cardos y malas hierbas. En los siguientes 4 ó 5 años en que es más productivo el cultivo, solían darse 5 ó 6 cortes de mayo a octubre en regadío.

    
    La  recolección de la alfalfa comienza con la siega que, en un principio, se hacía con guadaña (dalle), labor bastante dura; después de la siega se dejaba secar, si llovía, se daba la vuelta, con una horca para que se secase la parte que tocaba el suelo; luego se recogía con un rastrillo, arrastrando una porción del forraje hacia el pie para formar una pequeña gavilla, después se iban juntando encima de un atadero de paja de centeno (vencejo) o ataderos de juncos o de cuerda de sisal, se ataban y se iban apilando en montones (escales) de 6 o 10 haces. Al carro o al remolque se echaban con una bielda; se llegaban a alcanzar alturas de 4 ó 5 metros. Se guardaba en pajares o en los corrales de las ovejas para el consumo de los animales o para su venta.

 

 

 

   

 

     

 

 

 

 

 

 

 

 

 

    La siega y recogida de la alfalfa era una tarea dura y larga que además se repetía durante los 5 o 6 cortes que se daban en la temporada.

    En los años 70 vinieron las segadoras que acopladas a los tractores, bien en su parte lateral o en la parte frontal evitaban la siega a mano, también aparecieron los rastrillo tirados por el tractor que formaban tirabuzones con el forraje favoreciendo su secado, luego se recogía con empacadoras. Con todos estos avances, la recolección de este cultivo resultaba muy cómoda.

    La variedad más usada en esta zona era la Ranger, precoz y muy productiva en regadío.

 

 

 

 

 

LA REMOLACHA

 

 

    La remolacha azucarera fue el cultivo estrella en la Cuenca del Duero durante los años 60 y hasta 1973, año de la primera crisis del petróleo, eso unido a, las importaciones de azúcar procedente de Cuba a cambio de camiones Pegaso, hicieron que el cultivo de la remolacha en el Valle del Duero no resultase rentable y la superficie dedicada a este cultivo decreció considerablemente y no fue hasta los años 80 en que volvió a resurgir. Actualmente y sobre todo en estos dos últimos años su  siembra ha descendido bastante debido a la bajada de precios (de 44 a 28 € tonelada) como consecuencia de la importaciones de azúcar de países emergentes como India y Brasil.

La preparación del terreno implica una labor profunda y se aportaban grandes cantidades de estiércol con un abonado de fondo rico en potasio. La siembra se  realizaba a chorrillo con una sembradora que disponía de una tolva para la semilla, una barra lateral que marcaba la línea de siembra siguiente y dos brazos para sujetar y dirigir la máquina, además de un gancho para el tiro por una caballería.

La semilla de remolacha antigua era un glomérulo con muchos gérmenes por lo que nacían muchas plántulas, esto unido a que se sembraba a chorrillo, el resultado era una hilera continua de plantas que había que entresacar para dejarlas a unos 20 centímetros de distancia. Esta operación requería mucha mano de obra que se realizaba con ayuda de obreros de otros pueblos procedentes de las zonas de secano de la comarca que no tenían trabajo durante esta época en sus explotaciones y en ocasiones también se contrataban a familias de gitanos itinerantes que se dedicaban a estas labores estacionales.

    Las variedades que se sembraban eran de tipo ZE (rico en azúcar, rico en cosecha), semilla procedente en su mayoría de Alemania y que era proporcionada, con coste, por la fábrica azucarera con la que se hacía el contrato.

    Durante el verano se daban riegos por pie cada semana y se aportaban nitratos, a veces en exceso, porque los nitratos daban un aspecto excelente a las plantas y era un orgullo de cara a los vecinos, pero con ello ni conseguían más kilos ni mayor grado sacarimétrico.

    La recolección era muy dura porque se realizaba durante los meses de noviembre, diciembre y a veces enero, en época de mucho frío, con fuertes heladas y también con mucha lluvia y tierras embarradas. Se arrancaba a mano con unos ganchos que extraían la remolacha del suelo, luego se cortaban las hojas con una hoz, se hacían montones y se tapaban con las hojas para que no se helasen. Los montones se cargaban en el carro o remolque, aunque a veces no  podían entrar en la tierra porque se hundían en el barro y era preciso sacar la remolacha, en pequeñas cantidades,,  hasta el camino con carros sin ruedas, una especie de trineo que no se hundía, los que sufrían bastante eran los animales de tiro que se camino  hundían hasta la tripa y avanzaban a saltos. Una vez en el camino, con el suelo más firme,  se cargaba en los carros y se llevaba a la báscula de Soto o a la de San Esteban, se hacían largas colas de espera, se pesaba, se hacía el descuento correspondiente, a veces abusivo de hasta un 20/25 %, por el barro; se descargaba en el suelo en el caso de Soto o en los vagones del ferrocarril en San Esteban con bieldas con las puntas romas, después se iba a tarar y a casa, según la hora, o a la tierra, si se había tenido la suerte de no haber perdido mucho tiempo en las interminables colas. La azucarera se encargaba del transporte hasta la fábrica, bien en camiones o en ferrocarril. Durante estos años circulaban por la línea de ferrocarril Valladolid-Ariza, varios trenes al día, con hasta 60 vagones, desde las estaciones de carga hasta la azucarera de Aranda.

    Posteriormente, la remolacha, como otros cultivos fue mecanizándose poco a poco empezando con la utilización de semillas mono germen y pildoradas aptas para sembradoras de platos rotatorios que depositaban la semilla en el suelo a la distancia requerida, con estos avances solo salía una plántula por semilla y de 12 a 20 centímetros de distancia, con ello se evitaban las labores de entresacado, además se aporcaba con arados tirados por tractores y se ahora se recolecta con cosechadoras, con lo que el trabajo humano es mínimo y poco pesado.

El rendimiento medio por hectárea era de unas 50 Tn. , con una riqueza en azúcar de 11-12 %.

 

 

 

EL VIÑEDO

 

    

    El cultivo de la viña tenía como objeto la elaboración de vino para consumo familiar, también se dejaban racimos en casa para tomar como fruta.

    
    Comienza el ciclo con la poda en invierno, recogida de los sarmientos que se ataban en gavillas y se llevaban a casa para encender la lumbre; luego se hacían labores arados viñeros para airear la tierra, permitir que el agua de lluvia penetrase mejor en el terreno y eliminar malas hierbas.

    Durante el verano se daban varios tratamientos de productos compuestos de azufre y cobre para prevenir y combatir el oídio y el mildiu.

 

    

    En la recolección participaba toda la familia y era como una fiesta en cada casa y en todo el pueblo, a 

pesar de que el trabajo no era cómodo pero sí divertido, especialmente para la chiquillería y para los jóvenes y para los que ya no lo eran tanto.

    Se cortaban los racimos, echaban en cunachos y luego se llevaban al carro donde había grandes cestos de mimbre; de la viña a la lagareta, se pisaba, se colocaban  tablones encima y se aplastaba con la ayuda de una viga de gran tamaño que se movía con la ayuda de un huso.

    El mosto iba cayendo a una pileta, de esta se llenaban los odres o pellejos de piel de cabra y se llevaba a las cubas de las bodegas; en ellas cocía (fermentaba)  y después de varios trasvases, se obtenía el vino ya limpio y apto para el consumo.

    Por mucho que algunos dijesen que obtenía buen vino, la verdad es que al principio si estaba bien pero enseguida se picaba; algunos le añadían azúcar y todo por culpa de la falta de limpieza de las cubas y cubetes, estos envases se limpiaban con un poco de agua y una escoba, y digo bien, un poco de agua, porque resultaba pesado subir el agua desde la fuente hasta la bodega y luego sacarla de la cuba y tirarla fuera. 

    El vino obtenido era clarete, ya que en las viñas había una mezcla de cepas blancas y tintas y los racimos no se separaban-

    Cuando se creó la cooperativa del vino en San Esteban a finales de los años 70, los cooperativistas de la comarca llevaban allí la uva y se obtenía un vino clarete bastante aceptable.

Mi abuelo dijo una vez una frase que no se me olvida y era así: “aunque no me paguen la uva y tenga que pagar algo por el vino, lo prefiero, antes bebía vinagre y ahora vino”.

 

 Carlos Aguilera Poza